Un año de Francisco


El hábito hace al monje

Por
Gabriel Fernández*

Un año después es posible realizar un balance suscinto.

Pocas horas atrás dialogaba con jóvenes del Movimiento Evita sobre dos figuras relevantes cuyos protagonismos se encabalgan en secuencia: Hugo Chávez y el Papa Francisco. Al terminar, entre sonrisas, les comenté: “ustedes, jóvenes militantes, acaban de reivindicar un militar y un obispo”. Al señalar la anécdota al pensador Julio Fernández Baraibar, indicó con perspicacia: “son las picardías de la historia”.




Poco antes, el filósofo y teólogo Rubén Dri, acérrimo crítico de Jorge Bergoglio al frente del obispado de Buenos Aires, me admitió al aire: “el freno a la invasión sobre Siria y el llamado a la paz realizado por el Papa, deben ser apoyados”. Meses más atrás, el analista Néstor Gorojovsky se había despachado con intensidad en nuestro programa radial: “Este es el milagro de un Papa peronista”.

En realidad, nobleza obliga, desde el mismo emerger de la polémica (que con tanta intensidad desplegara el respetado Horacio Verbitsky), quien abrió mis ojos con pasión fue la recordada Clelia Luro, la esposa de Jerónimo Podestá. En varias charlas radiales, que se configuraban como continuación de las personales, lanzaba asertos y preocupaciones. Clelia sostenía que Bergoglio (aún obispo porteño) se había corrido del lugar opositor al que anhelaba confinarlo el diario La Nación.

Es un grave error empujarlo hacia allí, decía Clelia, porque Bergoglio está de este lado, tiene un perfil claramente nacional y popular y siente un gran aprecio por la presidenta. Por eso cuando fue designado al frente del Vaticano, la primer entrevista que realicé al respecto fue con esta mujer. Allí, tras una vida de lucha contra las jerarquías eclesiásticas, aseveró que la novedad resultaba “un bien para la Iglesia” (
http://www.radiografica.org.ar/2013/03/21/clelia-luro-estoy-convencida-que-bergoglio-es-un-bien-para-la-iglesia/)

Vaya si acertó. Y ahora digo, en muy primera e incorrecta persona que contar con el Papa Francisco equivale a una situación así: la Argentina influye sobre una de las naciones más importantes del mundo, ha colocado un jefe de Estado; y ese jefe de Estado, en lugar de asimilarse y transvestirse en gobernante tradicional del centro político, sigue operando en beneficio argentino. Todo esto se logró sin mover ejércitos ni imponer criterios.

La Argentina tiene, en el eje europeo, un operador que articula la multipolaridad en beneficio del Tercer Mundo. Ha logrado conjugar con la potente voz vaticana, tantas veces usada para opacar el clamor de los pueblos, a China y Rusia para que Siria no derive en Libia. Esta determinación se amalgama con la reforma del Banco Vaticano, lo cual descarga sin mediaciones la responsabilidad de la crisis sobre las más importantes entidades financieras.

El primer presidente que recibió a solas fue Cristina Fernández de Kirchner. En breve, volverá a reunirse con ella. Y mereció al reconocimiento de Rafael Correa, siempre atento a las necesidades comunicacionales masivas del nuevo tiempo. El Papa visitó el Brasil sin contrastar con el gobierno del Partido de los Trabajadores. Se pronunció por el diálogo para resolver la cuestión de la soberanía de las islas Malvinas, en hilván directo con las presentaciones realizadas por nuestra Cancillería ante las Naciones Unidas.

Es ostensible el comentario que surge: se trata de un maquillaje. La observación es antipolítica. Siempre hay motivos que explican el sentido de un rumbo. Y si la intención de la inteligencia vaticana es recomponer la imagen de la Iglesia ante su feligresía en tiempos de cambio ¿cuál es el problema? Una situación de complejo abordaje sería, en esta instancia histórica, un Papa latinoamericano antipopular. Un Papa que, generando la misma expectativa que hoy concita Bergoglio, aprovechara la investidura para respaldar golpes de Estado y movidas destituyentes, en sintonía con los Estados Unidos.

Finalmente: el peronismo siempre fue acusado de disfrazar una realidad oscura con luces brillantes. El decenio inaugural liderado por Juan Domingo Perón fue caracterizado como una demagogia populista porque ocultaba, detrás de los beneficios económicos para el pueblo, la ausencia de libertades cívicas y respeto a los derechos humanos.

El decenio reciente, con Néstor y Cristina Kirchner, es objetado como una demagogia populista que oculta, con respeto a derechos cívicos y derechos humanos, una situación económico social lamentable. Cada uno debería sacar conclusiones objetivas, en tanto resulte posible, sobre lo que en verdad ha sucedido en cada período.

Y a partir de allí, revisar el bagaje argumental con el cual se evalúa al Papa argentino. Puesto que somos unos cuantos, pero nos conocemos bastante.

*Director 
La Señal Medios – Area Periodística Radio Grafica FM 89.3.